
HISTORIA, ACTORES Y ESCENARIO
En 1823, el gobierno de los EE. UU. rechazó el pedido de una acción conjunta con Gran Bretaña formulado por el secretario de Asuntos Exteriores británico, George Canning, para defender a las excolonias españolas en América de la amenaza de las potencias europeas que conformaban la Santa Alianza: Rusia, Prusia y Austria.
Las tres habían autorizado una intervención de Francia para reestablecer el dominio de los Borbones sobre nuestro continente.
El entonces presidente norteamericano James Monroe, a instancias del secretario de Estado John Quincy Adams, formuló la doctrina que lleva su nombre, por la cual EE. UU. asumía la defensa del hemisferio occidental sin el concurso de ningún aliado europeo, y proclamaba que nuestro continente no podía ser instrumento de colonización de ninguna potencia extracontinental.
En otras palabras, los intereses de EE. UU. y de Gran Bretaña en nuestro continente son diferentes.
Más de 200 años después, la escena parece repetirse. Los británicos vuelven a pedir una acción conjunta, aunque esta vez la amenaza viene de Asia y no de Europa.
Veamos.
La disputa geopolítica global entre EE. UU. y China tiene también como escenario el Atlántico Sur.El control del paso interoceánico con el océano Pacífico, la proyección antártica y la riqueza ictícola justifican el interés de ambas potencias.
La presencia de China en el Atlántico Sur, tanto con su gigante flota pesquera como con sus proyectos de infraestructura en la Patagonia argentina —que incluye dos represas en la provincia de Santa Cruz, una antena de uso militar en la provincia de Neuquén y la pretensión de construir un puerto multipropósito en Tierra del Fuego—, son percibidos como una amenaza por EE. UU.
Las reiteradas visitas de autoridades militares del Comando Sur norteamericano a la ciudad de Ushuaia en los últimos años así lo demuestran.
Sin embargo, hay un tercer actor global en el escenario del Atlántico Sur: Gran Bretaña.
En 1833 los ingleses invadieron las Islas Malvinas, expulsaron a los pobladores argentinos e implantaron una pequeña población de colonos británicos, junto con una base militar.
El propósito estratégico de dominar el paso interoceánico por parte de la que era la mayor potencia naval del mundo era evidente.
¿Qué hizo EE. UU.? ¿Pudo aplicar la Doctrina Monroe?
No. En esa época, la armada norteamericana no poseía la capacidad para intervenir en el extremo sur del continente y enfrentarse a la poderosa escuadra británica.
La posición norteamericana es desde entonces la del no reconocimiento, es decir, no reconoce la soberanía británica sobre las Islas Malvinas, sólo la administración de facto. Admite que hay una disputa de soberanía entre Gran Bretaña y Argentina e insta a las partes a un diálogo bilateral.
Es importante destacar que durante la guerra de 1982, EE. UU. actuó como mediador y formuló varias propuestas de acuerdo que tenían por objeto determinar la soberanía sobre las islas.
Todas ellas fueron rechazadas por Argentina, cuyos dirigentes eligieron continuar el conflicto armado, incluso amenazando con solicitar el auxilio soviético y con el canciller Costa Méndez abrazando a Fidel Castro en la cumbre de no alineados.
El país norteamericano se vio finalmente obligado a apoyar militarmente a su aliado europeo.
Sin embargo, desde 1982 hasta la actualidad, los EE. UU. siguen aplicando la doctrina del no reconocimiento, desconociendo el derecho que invoca el Reino Unido sobre las Islas Malvinas y la pretendida autodeterminación de los colonos británicos (kelpers). En marzo de 2010, cuando visitó Buenos Aires, la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton ofreció la intermediación de los EE. UU. para resolver la disputa de soberanía sobre las Islas Malvinas, lo que generó un fuerte repudio por parte de los británicos.
Inclusive, funcionarios de la Secretaría de Estado norteamericana mencionaron las islas bajo el nombre de Malvinas, junto con el de Falkland, como las llaman los británicos.
La misma postura asumió su sucesor John Kerry, cuando en febrero de 2013 evitó referirse al referéndum sobre soberanía que estaban por realizar los kelpers, subrayando que EE. UU. no había modificado su posición, es decir, que reconocía la administración «de facto» del Reino Unido, pero no tomaba posición respecto de la cuestión de los dos reclamos de soberanía.
En este aspecto resulta relevante destacar que la posición de EE. UU. para solucionar el conflicto de soberanía coincide con la posición histórica de nuestro país, pues ambos sostenemos que se trata de una disputa de soberanía que debe ser resuelta a través de un diálogo bilateral entre el Reino Unido y Argentina, excluyendo por supuesto a los kelpers.
Es por esa razón que EE. UU. nunca aceptó la legitimidad del presunto referéndum incentivado por Gran Bretaña para intentar justificar su soberanía sobre las Islas.
La posición norteamericana tiene plena vigencia.
El pasado 21 de julio de 2025, el funcionario norteamericano Peter Lamelas, designado por Donald Trump como próximo embajador de Estados Unidos en Argentina, en su discurso de presentación ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense, dijo que:
“Estados Unidos no reconoce la soberanía sobre las islas ni para Argentina ni para Gran Bretaña”
“Reconocemos la administración del pueblo británico en la isla, pero mantenemos una posición de neutralidad sobre las islas”
“Cualquier cosa que fomente el diálogo continuo entre Gran Bretaña y Argentina es bienvenida. Una de mis funciones como embajador sería viajar a las 23 provincias, incluyendo, obviamente, si hubiera la oportunidad de viajar a las islas, estaría encantado de cooperar con la administración británica allí y hacer eso como una actividad de divulgación”

Los británicos, por su parte, tras el fin del conflicto armado, implementaron una política de oposición y restricción de un posible rearme argentino, e instalaron una poderosa base militar en Mount Pleasant, a pocos kilómetros de Puerto Argentino, la capital de las islas.
Argentina mantiene incólume su reclamo de soberanía desde la invasión británica de 1833, instando a Gran Bretaña a entablar una negociación, que es constantemente rechazada.
Tenemos entonces tres actores globales que tienen intereses en el Atlántico Sur: el Reino Unido, China y los EE. UU.
Por otro lado, Chile, Uruguay y Brasil ofrecen habitualmente ayuda logística a la ocupación británica en las Islas Malvinas y tienen importantes acuerdos económicos con China, en particular Brasil, fundador e integrante del grupo BRICS junto con China, Rusia, India y Sudáfrica, grupo que pretende desafiar la hegemonía económica estadounidense.
LA PROPUESTA BRITÁNICA DE COOPERACIÓN
En este escenario, y con estos actores, un artículo publicado en The Economist el 6 de julio pasado (“Inside the secret military dialogue between Britain and Argentina” [Dentro del diálogo militar secreto entre Gran Bretaña y Argentina], https://www.economist.com/the-americas/2025/07/06/inside-the-secret-military-dialogue-between-britain-and-argentina), y replicado por otros medios, informa sobre supuestas reuniones secretas entre funcionarios de los Ministerios de Defensa argentino y británico que tendrían por objeto una especie de cooperación, junto con EE. UU., para enfrentar la amenaza china en la región.
Los presupuestos que destaca el artículo son los siguientes:
● EE. UU. tiene un especial interés en el Atlántico Sur por la presencia china.
● Argentina, desde la asunción de la nueva administración del presidente Milei, está alineado con la política norteamericana.
● La oposición británica a la compra de armas por parte de Argentina ha inclinado a nuestro país a evaluar la posibilidad de comprar a China.
● EE. UU. se opone a esa posibilidad y quiere modernizar y reforzar a las FF. AA. de Argentina.
Hasta aquí no habría ninguna objeción.
Pero a partir de estos presupuestos, los británicos parecerían proponer una política de cooperación con Argentina, por la cual pretenden que se les reconozca “discretamente” su papel en el resto del Atlántico Sur, incluso aunque Argentina mantenga su reivindicación constitucional sobre las Malvinas, y también desean que Argentina colabore con ellos en cuestiones prácticas para mejorar la vida de los kelpers.
A cambio, ofrecen flexibilizar sus restricciones a la compra de armas.
El tratamiento de dicha propuesta, y su conveniencia o no para nuestro país, es el objeto de este trabajo.
La primera circunstancia que debemos evaluar es si realmente EE. UU. necesita de Gran Bretaña para alejar la amenaza china.
Nadie podría negar que el Reino Unido y EE. UU. son potencias aliadas en Europa y quizás en el Indo-Pacífico, pero como ya señalamos con anterioridad, los intereses de ambos en esta región son disímiles.
Si EE. UU. mantiene o pretende mantener la denominada Doctrina Monroe, la respuesta negativa a nuestra duda se impone por necesidad: EE. UU. asume la defensa hemisférica sin ayuda de ningún aliado europeo.
Es más, como la citada doctrina implica el rechazo a toda forma de colonialismo extracontinental, sería contradictorio que EE. UU., invocando esa doctrina contra China, pidiera la ayuda de otra potencia extracontinental, como es Gran Bretaña, que se encuentra en la región a partir de un resabio colonialista del siglo XIX.
Pero como la coherencia lógica no es una necesidad exigible en las decisiones políticas, que se fundan solamente en la conveniencia, deberíamos preguntarnos si a EE. UU. le conviene o no cooperar con el Reino Unido para enfrentar juntos la amenaza china.
Y aquí las respuestas requieren una consideración especial.
Si EE. UU. pretende liderar una política hemisférica que beneficie a todo el continente y limite los intereses europeos y asiáticos, que intentan apropiarse de los recursos naturales de la región, esa política necesariamente debe excluir al Reino Unido.
Pero aún hay más.
El posicionamiento del Reino Unido en el enfrentamiento global entre EE. UU. y China no es del todo claro.
En el año 2015, bajo el gobierno de David Cameron, el Reino Unido y China anunciaron el comienzo de una era dorada de la relación entre ambos países, que incluyó desde el recibimiento con honores reales al Sr. Xi Jinping hasta acuerdos en temas financieros, de infraestructura, tecnología y de energía nuclear.
En el año 2020, bajo el gobierno del Sr. Johnson, el Reino Unido adoptó la tecnología denominada 5G de la empresa Huawei, a la que EE. UU. se oponía por sus vínculos con el Partido Comunista chino.
Si bien esta política fue matizada con posterioridad, no parecería que el Reino Unido sea un aliado confiable para enfrentar los intereses de China en el Atlántico Sur, sobre todo cuando las autoridades británicas de las Islas Malvinas otorgan licencias de pesca y permiten la presencia de la flota pesquera china.
Británicos y chinos conviven extraordinariamente bien en el Atlántico Sur.
Tanto es así que, cuando se produjo el hundimiento del submarino ARA San Juan, las únicas dos potencias que parecieron no mostrar interés en el incidente fueron China y Gran Bretaña.
Estados Unidos y Rusia enviaron importantes contingentes a colaborar con la búsqueda desde la Argentina, preocupados por las causas del incidente.
Entonces, si EE. UU. no necesita ni le conviene la cooperación con el Reino Unido para esta tarea, tampoco le convendría que Argentina cooperara con los británicos, porque precisamente la vigencia de nuestro reclamo de soberanía es lo que le permite a EE. UU. continuar su política de no reconocimiento del estatus legal de la presencia permanente del Reino Unido en el Atlántico Sur.
Dicha política se relaciona con los intereses de EE. UU. en la región: Control del paso interoceánico, regulación de la pesca y proyección antártica.
¿QUÉ LE CONVIENE A ARGENTINA?
Hasta aquí, podríamos afirmar que no sería conveniente para EE. UU. —como no lo fue desde que instauró la Doctrina Monroe— sumar al Reino Unido a su política hemisférica de exclusión del control de los recursos americanos por potencias extracontinentales.
Tampoco lo sería para Argentina, porque lo que ofrece el Reino Unido, que es flexibilizar su restricción a la compra de armamento y modernización de nuestras FF. AA., no resulta necesario si esas ventajas las ofrece EE. UU., puesto que sería poco probable que los británicos pudieran impedir u obstaculizar la decisión norteamericana de ayudar a Argentina.
En cuanto a la cooperación con nuestros vecinos, Chile, Uruguay y Brasil, que actualmente colaboran con la ocupación británica de las islas, es de esperar que, de implementarse una verdadera política continental que traiga beneficios a nuestra región, muden su actual parecer y se sumen a la defensa hemisférica.
Es más, también deberíamos preguntarnos por qué razón a Argentina le convendría expulsar o limitar los intereses de China de nuestro país a cambio de cooperar con la ocupación británica de las Islas Malvinas.
¿Cuál sería el interés argentino en dicha propuesta?
Perdería inversiones chinas, las obras de infraestructura que quieren construir, a cambio de colaborar con el Reino Unido en su ocupación de las Islas y convalidar así su presencia en el Atlántico Sur.
Parece una propuesta absurda desde la perspectiva de la República Argentina.
El verdadero interés de la Argentina es la configuración de una efectiva política continental, del Ártico al Antártico, que incluya solamente a los países americanos y que permita consolidar la defensa y la paz continental, sin la injerencia de potencias extracontinentales, sean europeas o asiáticas.
Y creemos que ese es el verdadero temor del Reino Unido, cuando EE. UU. refuerza su presencia continental, reclamando:
- la expulsión de los europeos de Groenlandia,
- la incorporación de Canadá a los Estados Unidos,
- y retomando con presencia militar el control del canal de Panamá.
Estas son las razones que, a nuestro entender, explican las novedosas propuestas de cooperación y acercamiento que formula el Reino Unido, y que esconden, apenas, su intención de evitar un escenario continental que no lo favorece.

Porque seamos claros.
No estamos postulando que EE. UU. prefiera tener como aliado a Argentina antes que a Gran Bretaña, o que quieran ayudar a nuestro país como un acto de generosidad, sino que hay un interés propio de EE. UU., que se mantiene desde el siglo XIX, en implementar una política hemisférica que excluye a las potencias extracontinentales, en este caso del Atlántico Sur.
Y esto supera la actual coyuntura de la disputa geopolítica con China, que en este caso es utilizada como excusa por los británicos para justificar su intento de cooperación en el Atlántico Sur.
Si, como dice el citado artículo, los británicos no consideran a Argentina una amenaza militar, ¿por qué razón armaron una verdadera fortaleza en Mount Pleasant? ¿De quién se quieren defender?
UNA ÚLTIMA CONSIDERACIÓN.
El vínculo de Gran Bretaña con Argentina es muy profundo. Se remonta a la Revolución de Mayo de 1810.
Nos prestaron una ayuda muy importante en las guerras de la Independencia, promovieron nuestro comercio y construyeron valiosa infraestructura. Nuestro alineamiento con ellos, mientras fueron una potencia global en el siglo XIX y parte del XX, nos permitió constituirnos en la nación más importante de Sudamérica durante ese período.
La relación entre ambas naciones también se extiende a sus pueblos. Nuestro gran escritor Jorge Luis Borges tenía sangre criolla e inglesa. Los británicos adoptaron las costumbres criollas y los argentinos las inglesas. Las áreas de cooperación hoy son muy extensas: tecnología, inversiones, etc.
Pero la cuestión Malvinas es un obstáculo insalvable y requiere una resolución que no debe buscarse en Londres ni en Puerto Argentino, sino en Washington.