¿El fin de la hegemonía estadounidense?

En pleno siglo XXI, el Indo-Pacífico ha dejado de ser una periferia geográfica para convertirse en el epicentro de las tensiones estratégicas globales. Más específicamente, el Mar Meridional de China se ha erigido como un escenario donde colisionan los intereses de grandes potencias, rivalidades históricas, disputas territoriales y ambiciones hegemónicas. En este complejo entramado, China avanza con una estrategia de consolidación regional y expansión global, mientras sus vecinos responden con desconfianza y Estados Unidos refuerza su presencia para contener la proyección del gigante asiático.

El legado de la Guerra Fría y el ascenso de China

La presencia de Estados Unidos en Asia no es reciente. Desde la Segunda Guerra Mundial la estrategia estadounidense ha sido clara: impedir que una potencia regional adquiera hegemonía en Asia oriental. En su momento, el enemigo a contener era la Unión Soviética. Paradójicamente, durante décadas China fue un socio útil para Washington en ese objetivo. El acercamiento Nixon-Mao, plasmado en la Declaración de Shanghái de 1972, fue un hito en la estrategia de equilibrio contra Moscú.

Con la caída de la URSS, Estados Unidos triunfó y se consolidó como la única superpotencia con proyección global. Pero no triunfó solo. China fue efectivamente el otro gran victorioso, y la década del noventa sería un punto de inflexión. El debate en Estados Unidos sobre este momento hoy sigue abierto: ¿no era ese el momento para frenar a China y cortar su ascenso? Es decir, caída la URSS, se debía poner el foco en quien podría poner en entredicho el poderío estadounidense en el largo plazo.

¿Hubo un exceso de confianza y triunfalismo en Washington? ¿Realmente creían en la idea que la interdependencia comercial haría de China una nación liberal similar a una occidental? Hay dos posiciones sobre esta cuestión. La primera es que EE. UU. siempre supo que China bien podría convertirse en una amenaza. El mismo Nixon lo advirtió en sus obras La Verdadera Guerra y La Verdadera Paz. China crecería, se fortalecería y, llegado el momento, podría ser una amenaza con la que los estadounidenses deberían lidiar. Mientras tanto, la década de 1990 vio profundizarse la interconexión entre las economías china y norteamericana, con miles de empresas asentándose en el gigante asiático para desarrollar sus negocios. Un win-win.

La otra posición sostiene que, bajo la presidencia de Bill Clinton, la estrategia fue apostar por la integración económica de China al sistema internacional, bajo la creencia de que donde hay comercio no entran balas. Paulatinamente China se iría liberalizando y adoptando características propias de los Estados occidentales.

La realidad pareciera haber tomado una dirección mas cercana a la primera postura. China se transformó en la “fábrica del mundo”, multiplicó su PBI y comenzó a proyectar poder, primero en su entorno inmediato, luego a escala global.

Indo-Pacífico: ¿El nuevo centro de gravedad?

La zona del Indo-Pacífico representa hoy más del 60% del comercio marítimo global. Allí se cruzan rutas estratégicas, reservas energéticas, zonas económicas exclusivas y disputas históricas. Dentro de esta región, el mar Meridional de China concentra el conflicto entre el Estado chino y sus vecinos. China quiere dominar su entorno marítimo inmediato, lo que incluye el mar meridional y Taiwán. A partir de ahí, podría pensar seriamente en proyectarse vía marítima hacia el Pacífico sin mayores restricciones. Como paso siguiente, estaría en condiciones de disputar el dominio del mar, de absoluta hegemonía estadounidense.

Ante esta posibilidad, India, Vietnam, Filipinas, Japón, Corea del Sur e incluso actores menores como Singapur o Indonesia han endurecido su posición o reforzado alianzas defensivas. En paralelo, Estados Unidos ha desplegado una red de alianzas, bases y ejercicios militares en una estrategia clara de contención.

Vecinos inquietos

Uno de los principales dilemas de China es su déficit de aliados regionales. Pese a ser la potencia económica dominante, sus vecinos desconfían profundamente de sus intenciones. Algunos ejemplos:

  • Vietnam: tras el conflicto histórico con EE. UU., hoy es un socio comercial y estratégico clave para Washington. Pese a mantener vínculos con Rusia, ha comenzado a recibir armamento norteamericano y busca equilibrar el poder chino en el mar.
  • India: mantiene una relación conflictiva con Beijing por temas fronterizos (Himalayas, Tíbet, Cachemira) y rivalidad regional. Ambos son potencias nucleares, pero India se ha acercado al Quad (EE. UU., Japón, Australia, India) como contrapeso.
  • Filipinas: pasó de un acercamiento con China durante el gobierno de Duterte a una renovada alianza con EE. UU. bajo Ferdinand Marcos Jr., con refuerzos militares concretos.
  • Japón y Corea del Sur: aliados históricos de Estados Unidos, ven con recelo cualquier maniobra china sobre Taiwán o en el Mar de China Oriental.
  • Corea del Norte, en particular, representa un aliado incómodo: sus provocaciones misilísticas desestabilizan la región y pueden perjudicar los intereses chinos, como ocurrió durante la Guerra de Corea o más recientemente con su apoyo a Rusia en Ucrania.

ESTADOS UNIDOS: PRESENCIA Y CONTENCIÓN

Estados Unidos, lejos de replegarse, ha reforzado su presencia militar en el Indo-Pacífico. Desde la era Obama con su «pivot hacia Asia», pasando por la estrategia de contención reconfigurada por Trump —con el traslado de tropas de Okinawa a Guam y la doctrina de las “cadenas de islas”— hasta la estrategia de Biden de un “Indo-Pacífico libre y abierto”, se ha buscado frenar el avance de Beijing. El despliegue incluye:

  • 52.000 soldados en Japón y 36.000 en Corea del Sur.
  • Bases permanentes en Filipinas, Japón, Corea y Guam.
  • Alianzas con India, Australia y Japón (Quad).
  • Fortalecimiento de pactos de defensa con Vietnam, Singapur e Indonesia.

Además, Washington actúa como garante regional para países que no desean quedar atrapados entre dos grandes potencias. Muchos de ellos mantienen vínculos económicos con China, pero refuerzan su defensa aliándose con EE. UU. Un delicado equilibrio que podría no sostenerse en caso de conflicto.

RUSIA: ALIADO TÁCTICO, ¿RIVAL ESTRATÉGICO?

La relación entre Rusia y China ha sido presentada con declaraciones ampulosas: «amistad sin límites«, «cooperación estratégica integral». Sin embargo, las realidades geopolíticas matizan esta retórica.

Ambos compiten en Asia Central, donde China ha ganado influencia económica mientras Rusia intenta preservar su hegemonía histórica. Existen tensiones territoriales latentes (caso Mongolia Exterior o Vladivostok) y hasta incidentes armados (como el ataque ruso a un barco pesquero chino en 2009). Aunque comparten intereses tácticos — incluso ideológicos, en su oposición al orden internacional liderado por EE. UU.—, sus intereses estratégicos divergen.

La negativa china a conectarse con el gasoducto Power of Siberia 2 muestra su cautela ante una dependencia energética de Moscú. China necesita recursos rusos, pero no quiere quedar sometida.

¿CHINA PERSIGUE LA HEGEMONÍA?

Una pregunta clave sobrevuela el análisis: ¿China quiere dominar el mundo o simplemente ser una potencia regional fuerte? Hay evidencias para ambas interpretaciones.

Por un lado, su discurso habla de “ascenso pacífico” y rechaza las alianzas rígidas. Prefiere proyectar poder mediante la economía: inversiones, préstamos, comercio y la Nueva Ruta de la Seda. Ha evitado formalizar alianzas militares que puedan comprometerla en conflictos indeseados.

Por otro lado, su comportamiento en el Mar Meridional de China, la presión sobre Taiwán y el acoso a barcos vecinos muestran un perfil cada vez más asertivo. Beijing construye islas artificiales, desafía al derecho internacional, militariza la región y busca consolidar su zona de influencia.

A nivel global, carece de la legitimidad blanda que tiene EE. UU. No cuenta con una red de aliados confiables ni con una narrativa universalmente atractiva. Mientras que Washington todavía se presenta como defensor de la “democracia” y el “orden liberal”, China proyecta pragmatismo económico y ambigüedad política. Sin embargo, casos como los de Sri Lanka o Ecuador, donde se ha “cobrado deudas” con activos estratégicos, refuerza la idea de que una China hegemónica podría convertirse en una potencia neocolonial.

TAIWÁN, SEMICONDUCTORES Y EL FUTURO

Dentro de la proyección geopolítica de China, Taiwán emerge como pieza clave. No solo por razones identitarias o territoriales, sino porque produce más del 60% de los semiconductores del mundo. Controlar Taiwán no solo implicaría una victoria simbólica y estratégica para Beijing, sino también un golpe tecnológico a las principales empresas tecnológicas estadounidenses, coreanas, japonesas y europeas que se abastecen de los semiconductores que la taiwanesa TSMC fabrica en la isla. China, que ha debido desarrollar los suyos propios debido a los controles de exportación de semiconductores promovidos por Biden, podría nivelar en ciertos aspectos el terreno de juego.

En este contexto cobran especial relevancia las declaraciones de Trump, que ponen un interrogante sobre el futuro de dicho compromiso. El presidente estadounidense, en efecto, ha acusado a los taiwaneses de quedarse con una industria de semiconductores que debería estar asentada en EE. UU., y alega como una debilidad que estén asentadas en territorio taiwanés. ¿Está intacto el interés de defender la isla en caso de que China ataque? El enfoque pareciera ser mayormente económico, y el interés de Trump parece ser el de mudar la fábrica íntegramente a suelo norteamericano. Si logra ello, ¿el destino de Taiwán queda a su suerte?

UN EQUILIBRIO INESTABLE

China ha crecido. Su poder económico es formidable, su influencia global ha aumentado y su estrategia de expansión marítima ha redefinido la geopolítica asiática. Pero también ha generado resistencias. Sus vecinos no confían, sus aliados son débiles o poco confiables, y su modelo político no entusiasma fuera de sus fronteras.

Estados Unidos, en tanto, se debate entre la intervención y el repliegue. Contener activamente, o reconcentrarse y fortalecerse para estar a la altura de un desafío que no pareciera vaya a resolverse en el corto plazo. Por lo pronto, ha reforzado su presencia en la región, consolidado alianzas y reconfigurado su estrategia militar. En el Indo-Pacífico, el juego está en marcha, y el futuro del equilibrio mundial podría decidirse en sus aguas.