Por Geopolítica en Acción
Carl von Clausewitz, el célebre estratega militar prusiano, definió la guerra como «la continuación de la política por otros medios», una afirmación que, aunque concebida en el siglo XIX, resuena con fuerza en el escenario internacional contemporáneo. En la Europa del siglo XXI, el campo de batalla ha trascendido las trincheras y los ejércitos para trasladarse a los flujos de energía, donde el gas natural se ha convertido en un arma estratégica tan potente como cualquier ejército desplegado.
El conflicto en Ucrania y las sanciones contra Rusia han evidenciado cómo las redes de suministro energético pueden ser tanto una herramienta de poder como una vulnerabilidad para los Estados. Desde el comienzo de la guerra, Europa buscó diversificar sus fuentes de energía y acelerar la transición hacia alternativas renovables. Sin embargo, en dicho escenario, solo ha logrado cambiar un amo por otro.
El gas de Estados Unidos y Rusia
No es un secreto que, tras el inicio del conflicto en Ucrania y la implementación de sanciones contra Rusia, Estados Unidos emergió como el principal beneficiado. Además de proporcionar armamento a Ucrania, logró consolidar la necesidad de Europa hacia el gas natural licuado (GNL) estadounidense. Este recurso, más costoso que el gas transportado por gasoductos, ha sido objeto de declaraciones públicas, como las de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quien afirmó que Europa seguirá adquiriendo gas de Estados Unidos, incluso a precios más elevados. Los europeos no parecen estar muy de acuerdo con esto, menos en Alemania – siendo quizás el principal afectado por esta cuestión-, que ve cómo sus empresas pierden competitividad mientras resurge la discusión acerca del cierre de las plantas nucleares. Una parte de Alemania ya no cree que haya sido una buena decisión.
Rusia, por su parte, ha sido desplazada del panorama energético europeo. Aunque se anticipaba que esta pérdida sería un golpe devastador para su economía, Moscú ha logrado compensar en parte esta situación aumentando su presencia en países como India y, sobre todo, China. Aunque se debe resaltar, en este último caso, que Rusia ha aumentado las ventas a China a un precio sensiblemente menor del que lo hacía a Europa, debiendo resignarse a perder parte de las ganancias que obtenía con su antiguo cliente. A su vez, mientras parte de las expectativas de Moscú para consolidar el aumento en las exportaciones de gas a suelo chino se centraban en la realización del proyecto «Power of Siberia II«, los dirigentes chinos han detenido el avance del mismo, , posiblemente para evitar una excesiva dependencia de su vecino, con el que, a lo largo de la historia, no siempre han tenido buenas relaciones.
El poder de la energía
En base a lo dicho anteriormente, si nos preguntamos quiénes son los mayores beneficiados por el panorama geopolítico actual en el ámbito energético, podríamos concluir que tanto Estados Unidos como Rusia ocupan una posición privilegiada. Esto se debe a que ambos lideran la producción y exportación de gas, lo que les otorga una ventaja significativa frente a aquellos países dependientes de este recurso.
Sin embargo, consideremos un escenario hipotético: ¿qué sucedería si estas dos potencias decidieran monopolizar el mercado del gas y crear una organización similar a la OPEP para controlar su precio? Este planteamiento no resulta descabellado, ya que existe un antecedente histórico cuando los países productores de petróleo tomaron una medida similar. Quizás ni siquiera es necesario que lo hagan formalmente: basta con que haya un acuerdo, tácito, para que en ese terreno jueguen en el mismo equipo…
En ese contexto, el dominio de estos recursos clave por parte de Estados Unidos y Rusia afectaría gravemente, sobre todo, a Europa y Asia, que podrían enfrentar un aumento drástico en los costos energéticos, con consecuencias negativas para sus economías y su competitividad industrial. En el caso de Europa, el impacto sería particularmente dramático, al haber pasado de una realidad en la que, por un lado, Estados Unidos proporcionaba seguridad y Rusia, energía barata con la que desarrollar sus industrias; a otra en la que Rusia es generador de inseguridad y Estados Unidos, un proveedor de energía costosa que atenta contra la competitividad europea.
Particularmente dramático en el caso de Europa, que pasó de una realidad en la que EE. UU. proporcionaba seguridad y Rusia energía barata con la que alimentar sus industrias, a otra en la que Rusia es generador de inseguridad mientras EE. UU. un proveedor de energía cara que daña la competitividad europea.
¿Quien domina la energía, controla a los demás?
La idea de que la energía podría convertirse en un instrumento de dominación no es nueva; Richard Nixon la anticipó en la década de 1980 en su libro La verdadera guerra. La consolidación del gas natural como arma geopolítica pone de manifiesto cómo los recursos energéticos han transformado las dinámicas de poder a nivel global. Estados Unidos y Rusia han sabido explotar sus fortalezas en este ámbito para impulsar sus objetivos estratégicos, mientras que Europa y otros países han debido aceptar esta dependencia, a pesar de sus esfuerzos por adoptar energías renovables, que aún están lejos de satisfacer la demanda necesaria para garantizar su autonomía energética.
Se abre allí un juego para terceros países, entre ellos Argentina. El litio y el cobre podrían ser un factor que incida en la transición energética, así como el potencial de las reservas de gas, en caso de concretarse los proyectos de licuefacción del gas natural para posibilitar su exportación, podrían representar una nueva vía para abastecer la creciente demanda global.