La información que llega hasta nosotros acerca de la estrategia geopolítica del Kremlin suele estar codificada por los intereses del transmisor, ya sea próximo o contrario a lo que Moscú representa. Tal como la Historia ha demostrado en numerosas ocasiones, las apariciones mediáticas no siempre reflejan con fidelidad las acciones estratégicas emprendidas. En otras palabras, las posturas firmes en la oratoria pueden no traducirse con igual determinación en la política aplicada.
El caso de Rusia es particularmente enigmático, pues en muchas ocasiones Occidente percibe a este país más como una idea o un símbolo que como un Estado moderno. Incluso hoy, a más de treinta años del fin de la Guerra Fría, persisten interpretaciones que asocian ideológicamente a la Federación Rusa con el comunismo o el estalinismo, cuando en realidad estas construcciones forman parte de su historia, pero no de su visión actual.
Dicho esto, resulta pertinente analizar qué busca estratégicamente Rusia en el escenario internacional. Si bien esta pregunta es demasiado ambiciosa para ser respondida en pocas líneas, se intentará ofrecer algunos indicios interpretativos.
Intereses permanentes de Rusia
Un punto de partida esencial para comprender la política exterior rusa es la identificación de sus intereses permanentes, es decir, aquellos objetivos que trascienden los cambios políticos internos y las variaciones ideológicas del gobierno de turno.
Uno de estos intereses ha sido históricamente el acceso a puertos en aguas cálidas. Desde la época de Catalina la Grande, Rusia ha buscado garantizar una salida marítima sin restricciones climáticas. Este factor explica, en parte, su presencia en el Mediterráneo oriental. Sin embargo, la reciente caída de Bashar al-Assad en Siria ha dejado en entredicho la influencia rusa en Medio Oriente. Más allá de las alianzas formales que Moscú pudo haber construido en la región, queda por verse si este giro está vinculado a algún tipo de negociación en el marco del conflicto en Ucrania.
Otro de los intereses permanentes de Rusia está vinculado a su debilidad geográfica y poblacional. Como el país más extenso del mundo, Rusia enfrenta el desafío de defender una vasta frontera con una densidad poblacional relativamente baja, lo que históricamente ha condicionado su estrategia defensiva. A pesar de poseer uno de los mayores poderes de fuego convencional y nuclear del mundo, la vulnerabilidad de sus fronteras sigue siendo una preocupación clave.
Esta realidad explica en parte su tendencia a consolidar su control territorial y económico en las regiones estratégicas que considera fundamentales. Sin embargo, en la coyuntura actual, no puede dejarse de lado una cuestión clave: ¿hasta qué punto Rusia ha sido un actor autónomo en su propia estrategia y hasta qué punto ha sido funcional a intereses ajenos?
La guerra en Ucrania: una estrategia contra Europa y China
Uno de los hechos más determinantes de la política exterior rusa en los últimos años ha sido la guerra en Ucrania. Si bien el discurso oficial del Kremlin justifica la intervención como una necesidad de proteger a la población rusoparlante del Donbás y garantizar su seguridad ante la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo cierto es que la guerra ha traído consigo una serie de efectos geopolíticos que han favorecido a otros actores, en especial a Estados Unidos.
Desde el estallido del conflicto, Europa ha sufrido un debilitamiento económico significativo, en gran parte debido a la ruptura de sus vínculos energéticos con Rusia. La imposición de sanciones y la interrupción del suministro de gas ruso han obligado a la Unión Europea a recurrir al gas licuado estadounidense, mucho más costoso, lo que ha afectado la competitividad de su industria.
Pero Europa no ha sido la única afectada. China, cuya economía depende de la estabilidad global para mantener su comercio con el mundo, también se ha visto perjudicada. Beijing necesita un entorno de paz para garantizar el flujo de mercancías, especialmente con Europa, uno de sus principales socios comerciales. Una guerra prolongada en el corazón del continente europeo, con sanciones, inestabilidad y recesión, reduce la capacidad de compra de la Unión Europea (UE) y entorpece el desarrollo de los proyectos chinos en la región, muchos de ellos ligados a la Nueva Ruta de la Seda.
A su vez, Rusia ha redirigido sus exportaciones energéticas a Asia, fortaleciendo sus lazos comerciales con China e India. Este reordenamiento parece haber sido aceptado por Washington, que no ha presionado significativamente a estos países para que reduzcan su comercio con Moscú.
Si se observa el tablero en su conjunto, la pregunta es inevitable: ¿fue la guerra en Ucrania una estrategia diseñada desde Washington para debilitar a Europa y China de manera simultánea? Y en ese caso, ¿Rusia ha sido un actor que buscó conscientemente reorientar su economía hacia Oriente o fue arrastrada a este esquema como parte de un plan más amplio?
Rusia y la geopolítica global: equilibrios estratégicos
Si bien Rusia ha sido históricamente percibida como un actor confrontativo frente a Occidente, en realidad sus intereses han coincidido en varios puntos con los de Estados Unidos. Uno de ellos es evitar el surgimiento de una Europa fuerte o de algún país europeo con peso a nivel mundial. Tanto Washington como Moscú han procurado, por distintas vías, mantener a Europa en una posición subordinada dentro del sistema internacional. En este sentido, las tensiones dentro de la UE y los conflictos entre sus principales economías han sido funcionales a los intereses de ambas potencias.
Otro punto clave es la relación con China. A pesar de la estrecha relación comercial entre Rusia y China, es poco probable que Moscú vea con buenos ojos la consolidación de una potencia claramente superior en su frontera. Si bien en la actualidad existe una cooperación estratégica basada en intereses comunes —como la oposición al dominio estadounidense y la complementariedad económica—, la relación entre ambos países no está exenta de tensiones. La expansión económica china en Asia Central y el Ártico es observada con cautela por los círculos de poder rusos, que buscan mantener su influencia en estas regiones.
En este contexto, si bien la narrativa oficial mantiene la retórica antioccidental, la geopolítica rusa parece estar definiendo un equilibrio con otras consideraciones estratégicas. Históricamente, la mayor amenaza para la seguridad de Rusia ha provenido del oeste, pero en el mundo actual, su vecino más poderoso se encuentra al este.
Conclusión: el dilema ruso
La política exterior rusa combina elementos de continuidad histórica con adaptaciones a los desafíos del presente. Sus intereses permanentes —garantizar acceso a puertos estratégicos, asegurar sus fronteras y evitar el surgimiento de potencias rivales— siguen marcando su accionar internacional. Sin embargo, el contexto global ha introducido nuevos dilemas para Moscú.
La guerra en Ucrania ha cerrado muchas puertas en Occidente, pero ha abierto oportunidades en Asia y otras regiones del mundo. Aunque el Kremlin ha apostado por profundizar sus vínculos con China, esta relación no está exenta de riesgos.
Si bien la retórica oficial sigue situando a Occidente como el principal antagonista de Rusia, en los círculos estratégicos rusos empieza a surgir otra preocupación: ¿qué sucederá si la interdependencia con China se convierte en una subordinación? En este sentido, Moscú parece estar en una encrucijada donde el verdadero desafío no es solo el enfrentamiento con Occidente, sino la necesidad de mantener su autonomía frente a su socio más poderoso.